sábado, 5 de marzo de 2011

Actitudes básicas en la facilitación de ayuda (Dr. Juan Lafarga Corona)



Actitudes básicas en la ayuda de facilitación
(Autor: Dr. Juan Lafarga Corona)


Hipótesis general para facilitar el desarrollo personal:
“Si puedo crear una relación que, de mi parte, se caracterice por: Una autenticidad y transparencia y en la cual pueda yo vivir mis verdaderos sentimientos; una cálida aceptación y valoración de la otra persona como individuo diferente, y una sensible capacidad de ver a mi cliente y su mundo tal como él lo ve: Entonces, la otra persona experimentará y comprenderá aspectos de sí mismo anteriormente reprimidos; logrará cada vez mayor integración personal y será más capaz de funcionar con eficacia; se parecerá cada vez más a la persona que querría ser; se volverá más personal, más original y expresivo; será más emprendedor y se tendrá más confianza; se tornará más comprensivo y podrá aceptar mejor a los demás, y podrá enfrentar los problemas de la vida de una manera más fácil y adecuada.” (C. Rogers, 1ra. Edición 1972, México, 1996)

(Más allá de la psicoterapia Tradicional)
Al igual que en otros países de América Latina y en España, la psicoterapia tradicional en México ha sido el psicoanálisis o los procesos individuales o de grupo, orientados psicoanalíticamente. La influencia de esta corriente psicológico ha sido tan acentuada que a la misma psicología, como disciplina y como ciencia, se la ha identificado con el psicoanálisis.

Aún en la actualidad, en muchos ambientes cultivados, y las ciencias psicológicas con su avanzado desarrollo propio, no son advertidas con claridad. No hace mucho tiempo, un profesor universitario de psicología, propuso para la carrera un curso sobre “Teoría de la motivación”, refiriéndose a la teoría psicodinámica de la corriente psicoanalítica. Con extrañeza y admiración tuvo que admitir que el curso debía titularse “teorías de la motivación”, puesto que existían otras corrientes psicológicas con sus respectivas formulaciones teóricas.

En las universidades de habla española, todavía durante la década de los 50’s casi todos los maestros en las carreras de psicología eran filósofos o médicos. Sólo muy lentamente la psicología, en tanto disciplina científica con una metodología propia, se ha ido abriendo camino en las mismas escuelas de psicología de estos países.

Las aportaciones de las distintas formulaciones psicoanalíticas a la ciencia psicológica son innegables.

Es muy marcada también la repercusión que dichas aportaciones han tenido en el arte, la literatura, el análisis antropológico, histórico y político, así como en otras disciplinas. Así mimo durante mucho tiempo las hipótesis psicoanalíticas fueron las únicas opciones para una práctica psicoterapéutica seria y profesional. Todo esto explica la identificación de psicoanálisis y psicología en la mentalidad de muchos grupos, pero no la justifica.

Ya en la década de 1990, seguir identificando la psicología con las corrientes psicoanalíticas resulta inadmisible en el ámbito universitario. Desafortunadamente, es una realidad cultural en los países de habla española, a pesar de la dedicación y los esfuerzos de un número creciente de jóvenes psicólogos que han conseguido que la psicología, como disciplina científica, haya empezado a crecer y a desarrollarse con mayor independencia de modelos filosóficos y médicos. Poco a poco la psicología está siendo reconocida como la ciencia del comportamiento y de la experiencia humana, más que como la disciplina que estudia la psicopatología.

Gran parte del reconocimiento que la psicología ha recibido en los países de América Latina como una ciencia independiente se debe a los esfuerzos de muchos psicólogos que, poniendo mayor énfasis en la objetividad de los datos, en el diseño experimental estricto y en la formulación operacional de los fenómenos sujetos a estudio, han rescatado a la psicología de los consultorios psiquiátricos y las bibliotecas filosóficas para llevarla a todos los campos de la actividad humana.

Si la psicología como disciplina científica es todavía desconocida y, l oque es más lamentable, muy poco utilizada en nuestros países, ¿qué podría decirse de los enfoques psicoterapéuticos emanados de modelos psicológicos como el enfoque centrado en la persona?

Es pues explicable la desconfianza. Sin embargo, los psicólogos creemos que paulatinamente estos nuevos enfoques irán abriéndose paso y traerán como consecuencia no sólo una revitalización de la psicología, sino el que muchas personas que no poseen ni la capacidad verbal y conceptual ni el dinero para ser clientes adecuados de los psicoanalistas, tengan acceso a los servicios psicoterapéuticos.

El enfoque psicoterapéutico centrado en la persona:
El Objetivo de las investigaciones sobre el proceso psicoterapéutico centrado en la persona fue desde un principio aislar aquellas variables que, al margen de consideraciones puramente teóricas, suscitaran un cambio favorable en las personas que buscaban ayuda psicoterapéutica.

Al aislar estas variables, se observó que operaban independientemente de la orientación teórica e inclusive, de las técnicas utilizadas por el psicoterapeuta. Es decir, todos aquellos psicoterapeutas que en su práctica profesional mostraban los más latos niveles de empatía, aceptación incondicional y autenticidad, fueron capaces de producir los cambios más estables y benéficos en el proceso psicoterapéutico (Carchuff y Berenson, 1967; Truax y Carchuff, 1964 a 1966; Lafarga, 1986)

Las pruebas científicas en apoyo de este núcleo objetivo de reforzadores básicos explica en parte la cantidad de estudios experimentales que confrontan la validez de otras variables en la relación psicoterapéutica como agentes efectivos de cambio favorable (Eysenck, 1952, 1960, 1965; Levitt, 1957, 1963)

La evidencia relativa a la eficacia de este núcleo de facilitadores no se ha obtenido únicamente del estudio de los procesos psicoterapéuticos, sino también de las relaciones entre maestros y estudiantes, padres e hijos, así como de otras relaciones entre personas mutuamente significativas, pero sin carácter profesional (Carchuff y Truax, 1966).

Es importante destacar que estos cambios favorables no sólo se reflejan en las escalas diseñadas para medir cambios psicológicamente favorables, sino tambi{en en escalas de inteligencia y aprovechamiento (Aspy, 1967). A este respecto, Carchuff (1967) afima:

“La implicación directa de estos resultados (…)es que las mismas variables que son efectivas en otro tipo de relaciones humanas lo son también en el proceso psicoterapéutico. Sin embargo, aún cuando las variables primarias son las mismas, sus niveles de aplicación pueden variar con las personas y con el tipo de relación que establecen. Por ejemplo, podría suceder que la comprensión empática de un maestro hacia su estudiante no fuera tan significativa en resultados favorables como la de un padre en relación con su propio hijo(…) Una inferencia plenamente válida que podría derivarse de la eficacia psicoterapéutica de las condiciones enumeradas, sería que dichas condiciones son operativas precisamente porque son las opuestas a aquellas otras que generaron la problemática y el mal funcionamiento psíquico en la persona. Es decir, que la problemática individual pudo haberse generado y evolucionado por la ausencia de comprensión afectuosa, respeto, aceptación, autenticidad y suficiente estimulación por parte de las personas significativas en el ambiente social del niño…”

Así como la gran contribución de las hipótesis de Freud y de las distintas corrientes psicoanalíticas que emanaron de la formulación original ha sido ahondar notablemente la comprensión diagnóstica de los desajustes emocionales, especialmente de las neurosis, estas hipótesis no han tenido un éxito comparable en la generación del cambio en la dirección de la salud y el crecimiento.

Con amplitud y coherencia, las hipótesis diagnósticas emanadas de las distintas corrientes psicoanalíticas han iluminado los orígenes y la gestación de los trastornos emocionales al remontarse, a través de los síntomas, a las condiciones originales en el medio familiar y social; y en este sentido han hecho aportaciones básicas al estudio de la psicopatología. Sin embargo, la misma duración de los procesos psicoanalíticos es sólo un indicio de su bajo nivel de eficiencia para estimular transformaciones favorables.

Para cualquier persona, y especialmente para la que está afligida con trastorno emocionales, es importante comprender los origen de la gestación de su problemática, pero lo fundamental es encontrar formas adecuadas de tratamiento y optimización de sus recursos con la mayor brevedad posible.

Algunos psicólogos del aprendizaje prescinden, en cambio, de cualquier variable subjetiva o intrapsíquica que no tenga manifestaciones concretas en la conducta externa para explicar el cambio terapéutico. Centran su atención en la modificación de la conducta y para ello diseñan técnicamente el cambio, realizando en primer término un estudio de las cotingencias condicionantes en la historia de la persona, para generar el plan o el programa apropiado que conducirá a los objetivos de modificación conductual. Formulan hipótesis, y explican el aprendizaje y el cambio con base en el paradigma clásico de estimulaje y el cambio con base en el paradigma clásico deestímulo-reforzamiento-repuesta.

La aplicación de la metodología experimental a l modificación de la conducta para inducir cambios favorables, se ha demostrado muy efectiva en la remisión de síntomas y otros trastornos de la conducta como problemas de aprendizaje, autismo y adicciones, pero tal vez debido a prescindir sistemáticamente de los fenómenos subjetivos, tan reales para cualquier persona como su misma conducta externa, no han podido generar la sensación de bienestar interno ni garantizar el establecimiento consistente de pautas favorables de crecimiento a través de prolongados períodos, después de la programación y la modificación conductual (Carchuff, 1967)

Más allá del proceso psicoterapéutico que considera el análisis del psicodiagnóstico como la esencia de los fenómenos de cambio favorable; más allá de la técnica e ingeniería del cambio, que ignoran la realidad del fenómeno interno y de los significados de la experiencia subjetiva, es necesario buscar las condiciones necesarias y suficientes para el cambio favorable y prolongado, a través del proceso psicoterapéutico, sugeridas por la evidencia de la investigación a partir de hipótesis emanadas de la práctica (Lafarga, 1986)

Sintetiza y depura las corrientes tradicionales:
Como modelo psicoterapéutico, el enfoque centrado en la persona ha tenido el propósito empírico de identificar aquellos factores que facilitan el cambio favorable y duradero tanto en la persona que busca ayuda como en el terapeuta. Los explicitadotes de este enfoque, sin negar las valiosas aportaciones de otras corrientes psicoterapéuticas, han prescindido de marcos de referencia puramente teóricos, así como de lealtad reduccionistas al mitificado “método científico”. Y no por desdén, sino para no ser obstaculizados por consideraciones de ortodoxia, teóricas o metodológicas, en la identificación y formulación operacional de aquellas variables que, según la evidencia de largos años de investigación (Lafarga 1986), facilitan –de hecho- el cambio favorable y persistente.

Entre los profesionales de la ayuda psicológica es cada vez más aceptado que la eficacia psicoterapéutica no depende de la orientación ideológica o de la técnica de psicoterapia y que la distinción entre terapeutas efectivos, medianamente efectivos y poco efectivos no puede establecerse tomando como criterios la orientación teórica y la técnica específica (Lafarga, 1986). Al parecer, los psicoterapeutas creativos y más eficientes recurren a aquellos elementos teóricos, metodológicos y prácticos que contribuyan al crecimiento o cambio favorable y duradero de la persona con quien están comprometidos en una relación de ayuda.

También es fácilmente observable que las mismas “corrientes” psicoterapéuticas se van enriqueciendo unas con otras, independientemente de prejuicios teóricos o metodológicos. Ya Alfred Adler, a raíz de sus primeras desidencias con la corriente psicoanalítica ortodoxa, sugería que el proceso psicoterapéutico efectivo era en realidad uno solo, con distintas variaciones (Ansbacher, 1956).

La empatía:
La actitud empática en el psicoterapeuta, que se manifiesta en un intento de éste por comprender a fondo la experiencia de la persona en búsqueda y por trasmitir verbalmente esta comprensión esclarecedora, es compartida por todas las corrientes psicoterapéuticas contemporáneas. Las diferentes formas de psicoanálisis tienen como objetivo en el psicoanalizado una comprensión exhaustiva de sí mismo. Los modificadores de la conducta, para poder diseñar un programa adecuado a la persona que recibe ayuda, necesitan la empatía para explorar los factores condicionantes con la mayor precisión posible. En general podría decirse que la actitud empática, en este sentido general, es actualmente reconocida por todas las corrientes como un elemento indispensable del proceso psicoterapéutico.

La aportación del enfoque centrado en la persona consistió en la identificación y análisis de esta actitud y en el énfasis que puso en ella como factor terapéutico de primer orden en el proceso. Con este enfoque, la actitud empática puede ser descrita como un captar la experiencia de la otra persona en la interacción psicoterapéutica del presente con todos los matices de sentimiento, superficial o profundo; y con todos los significados simples o complejos que esta experiencia tiene para dicha persona. Es una captación no evaluatoria de la experiencia de esa persona tal como ella la vive y la describe, comunicada con nitidez y con afecto. Tiene como objetivo inmediato comunicar la comprensión de la experiencia con claridad en la formulación por una parte; y con interés y afecto, por la otra.

Todos los sistemas psicoterapéuticos, pero principalmente los derivados de corrientes psicoanalíticas, tienen como objetivo práctico revertir el proceso represivo, producto de la confrontación de las necesidades del individuo con exigencias sociales de muy distinta índole. La interacción empática genuina, como sabemos gracias a la investigación (Lafarga, 1986), facilita con mayor rapidez el proceso “despresivo” o sea la exploración consciente de la experiencia en amplitud y profundidad, que las interpretaciones psicodinámicas o las preguntas encaminadas a formular un plan de cambio.

La actitud empática en el enfoque centrado en la persona supone que toda persona es capaz, en condiciones favorables, de explorar su propia experiencia y, debido a su impulso natural al crecimiento, efectuar los cambios que considera más apropiados para sí. Tiene como objetivo inmediato facilitar y estimular esta exploración, y estos cambios. El entrenamiento clínico del psicoterapeuta centrado en la persona está enfocado a captar, con la mayor precisión posible, los matices del sentimiento y del significado en la experiencia de la persona que recibe ayuda. No necesita ésta hacer una regresión para ir integrando a su experiencia consciente elementos que habían quedado fuera de ella; a medida que la exploración de la propia experiencia va siendo más fácil, más amplia y más profunda, los elementos inhibidos o desintegrados van siendo asimilados otra vez.

En las corrientes psicoanalíticas, el modelo psicoterapéutico es un modelo médico. El analista en realidad no se comunica con la persona sino que interactúa con ella analizando el discurso. El analista, como el médico, diagnostica a su “paciente”, decide cuáles son los elementos importantes en la génesis de la “enfermedad” fija los objetivos del “tratamiento” y prescribe los procedimientos para la “curación”.

En muchos casos ente tipo de intervención, en la experiencia del “paciente”, no es más que un revivir, con otro lenguaje y en otras circunstancias, la misma experiencia patogénica de ser inapropiado en la conducta, en la manifestación de los sentimientos y en la forma de comunicarlos. Es un revivir la importancia y la dependencia, no por introyecciones sociales o morales, sino por la realidad del presente, aquí y ahora, frente a los criterios y a la autoridad del médico psicoanalista.

Ya Adler había apuntado que la relación psicoterapéutica es más eficiente cuando el analista asume una actitud amistosa “como entre iguales” (Ansbacher, 1956); y Sullivan, Horney y Fromm habían propuesto métodos tendientes a mejorar la interacción con el “paciente” para facilitar el análisis. Sin embargo, no consideraron que estas modalidades de interacción tuvieran por ellas mismas una eficacia psicoterapéutica mayor que el aprendizaje y la asimilación progresiva del psicodiagnóstico por parte del “paciente”.

En la psicología conductual, el modelo médico de los enfoques psicoanalíticos ha sido sustituido por el modelo técnico ingenieril. El técnico pregunta, indaga, formula y reformula las condiciones que produjeron el trastorno; la persona cuya conducta debe ser modificada es un mero colaborador de aquél. Puesto que los intentos de iniciativa que muestran los pacientes que no cuadran con los marcos de referencia del médico psicoanalista son calificados de “resistencias” al tratamiento, que no son compatibles con los repertorios “científicos” del modificador, son descartadas como poco objetivas, mentalistas e irrelevantes para conseguir los objetivos del cambio.

En el planteamiento de la relación psicoterapéutica, tanto los modelos psicoanalíticos como los conductuales, y lo mismo se podría decir de los Gestaltistas y de otros, el psicoterapeuta en un aspecto muy importante, sabotea sus propios objetivos cuando actúa como director planificador y maestro en el proceso, puesto que refuerza precisamente de forma abierta o sutil, la dependencia y la pasividad de la persona que recibe ayuda. El simple aprendizaje y el restablecimiento de pautas constructivas de reaccionar hacia sí mismo y hacia los demás no bastan para garantizar cambios favorables y persistentes, si la persona que recibe ayuda no se siente capaz y responsable por sí misma de tomar la iniciativa y asumir las decisiones al integrar su experiencia, al encontrar los propios significados y al orientar y planificar la propia conducta, en congruencia con los propios recursos y las circunstancias del medio que la rodea.

En el mejor de los casos, fueron individuos autoritarios que “sabían más” o que “podían más” quienes generaron las desintegración de la experiencia y de la conducta en las personas que buscan ayuda. Únicamente personas expertas, capaces de facilitar y estimular el aprendizaje compartiendo iniciativas y responsabilidades, y que se consideren ellas mismas en continuo aprendizaje y no “maestras”, podrán facilitar el proceso de reintegración.

La actitud positiva incondicional:
En mayor o menor grado, los diversos sistemas psicoterapéuticos conceden gran importancia a la expresión libre y espontánea de la persona que recibe ayuda, pero divergen en la metodología para estimular dicha expresión. La permisividad de psicoterapeuta para facilitar la manifestación de la experiencia implica de su parte no emitir juicios de valor, explícitos o implícitos, sobre la persona o sobre su conducta. Esta permisividad ha sido una de las características del proceso psicoterapéutico en las distintas corrientes analíticas En los procesos de modificación de la conducta, la permisividad queda circunscrita por los límites que impone, con toda claridad y según su criterio, el ingeniero o modificador, quien desde el principio refuerza los repertorios de conductas apropiadas y procura inhibir las que no lo son, de acuerdo con los objetivitos establecidos. A la persona se le permiten exclusivamente conductas que contribuyan a la formulación y aplicación del programa, (Frank, 1961).

En el enfoque centrado en la persona, la actitud positiva incondicional puede ser descrita no sólo como permisividad, sino más aún como una actitud de manifiesto interés y aprecio por todo o que la persona es, por todas sus conductas y por su comunicación. No es aprobación, ya que esta puede ser tan rechazante como la desaprobación, sino un interés genuino y manifiesto por todo lo que constituye la realidad interior y la exterior de la persona. Las mismas conductas y actitudes “destructivas” o “enfermas” son tan merecedoras de comprensión y aprecio como cualquier otra experiencia, ya que estas reacciones seudoadaptativas, defensivas o claramente autodestructivas o antisociales son producto de condiciones adversas que bloquean de algún modo el impulso básico hacia el crecimiento y desarrollo inherente a todos los organismos vivos.

Las contraposiciones estructurales que Freud introdujo entre las fuerzas impulsivas del organismo, por una parte y las depresiones del ambiente por la otra, así como las fuerzas adaptativas del mismo organismo, son constructos conceptuales que ayudan a comprender el aparato psíquico, pero oscurecen la realidad comprobable del impulso básico hacia el crecimiento, hacia la satisfacción y hacia el goce de la vida en todos los niveles de la conciencia. Impulso objetivo y evidente en los organismos vivos y sus distintas especies, consciente en el hombre y que subyace a todas las estructuras y procesos en la evolución de la vida (Tetllhard de Chardin, 1959).

Cuando el impulso es obstaculizado por circunstancias adversas internas o ambientales, puede hacerse destructivo si no encuentra cauces para promover la adaptación y el crecimiento. Desde este enfoque, la patología es entendida como un producto del mismo impulso hacia el crecimiento, cuando este impulso no encuentra los canales adecuados para propiciar la adaptación y el crecimiento. Como el vapor de una caldera cuya función es mover una turbina, puede quemar o destruir la caldera si no encuentra los canales adecuados de salida.

Freud explicó, en función de las fuerzas instintitvas básicas del organismo, las estructuras adaptativas del “yo”. Hartman, en cambio, atribuyó un origen autónomo a tales estructuras. El hecho es que ni las fuerzas instintivas ni las estructuras adaptativas ni las presiones ambientales pueden ser bien comprendidas si se les considera de forma separada y no como integrantes de un solo impulso hacia el crecimiento y evolución en los organismos y en sus especies, cuya manifestación más importante fue la aparición y el desarrollo de la vida consciente (Theilhard de Chardin, 1951).

La aceptación incondicional de este impulso hacia el crecimiento en toda conducta de la persona que busca ayuda psicoterapéutica, facilita que la experiencia subjetiva de ésta resulte comprensible y manejable. Cuando la persona descubre que todo en ella, aún su llamada patología es producto de dicho impulso y se la recibe con una actitud positiva incondicional; en tanto que su experiencia, su comunicación y su conducta no sólo merecen sino que reciben genuino aprecio por parte del psicoterapeuta, los recursos de esta persona, en el presente, se van movilizando para hacerla crecer en autoestima, ampliar el ámbito de su conciencia, establecer pautas más constructivas de funcionamiento y lo que es más importante, para sentir hacia sí misma y hacia los demás la actitud positiva incondicional que está experimentando en la relación terapéutica. Introyecta o internalizar esta actitud positiva y aprende a quererse a sí misma, no como “debería ser”, sino como realmente es.

En la persona que recibe ayuda, el reforzamiento de esta actitud de aceptación, aprecio y afecto hacia sí misma por lo que realmente es, constituye el núcleo de la psicoterapia. Tener como objetivo el establecimiento de repertorios de conducta “apropiados” y descuidar el reforzamiento de esta actitud de estima de la persona hacia sí misma, equivale a curar las hojas de un árbol descuidando el tronco, cuya médula es causa de la enfermedad del follaje.

Los sistemas de ayuda, de orientación o de psicoterapia que privan a la persona de experimentar aprecio por sí misma, por su “patología” como una reacción seudoadaptativa, por sus descubrimientos e inclusive por sus propias equivocaciones, aunque proporcionen insights sobre las causales de los síntomas, o propongan y refuercen pautas de conducta o modelos de acción más adecuados y satisfactorios, sabotean sus esfuerzos al retacearle la satisfacción de la necesidad de autoestima, tan importante para subsistir psicológicamente sana, como el aire que respira para mantener la vida.

Resulta difícil, en verdad, mantener una genuina actitud positiva incondicional hacia el comportamiento global de otra persona, cuando no se acepta que ésta tiene la capacidad para orientar su propia existencia; y se cree que son únicamente circunstancias fisiológicas o del ambiente las determinantes de la conducta. Si se asume que la persona que está obviamente condicionada por el medio no es responsable de alguna forma de sus propias acciones, entonces lo único importante si es manipular las circunstancias, sean biológicas o ambientales, para producir los cambios apropiados. Sin embargo, la conciencia de libertad, en toda persona, a pesar de los condicionamientos determinantes conscientes o inconscientes, es algo ineludible.

Los sistemas psicoterapéuticos que no aceptan la existencia de la opción libre en el organismo humano, por lo menos se verán forzados a aceptarla como si fuera un hecho real, del cual no se podrá prescindir en la práctica (Skinner, 1970), para que el proceso psicoterapéutico pueda tener resultados favorables y persistentes.

Tanto la permisividad como la actitud positiva incondicional parecen tener sus límites en todas las corrientes psicoterapéuticas. Así, la palabra incondicional puede ser la más adecuada para calificar esta actitud desde el enfoque centrado en la persona. Más adelante analizaré (nos dice el autor), sin embargo la conveniencia de mantener este calificativo.

En la práctica psicoterapéutica emanada de las orientaciones analíticas, la permisividad tiene límites muy claros. Se permite y se estimula la expresión catártica de sentimientos y emociones y cualquier forma de expresión o manifestación verbal de la experiencia. Sin embargo, no se tolera la actuación de los sentimientos como tampoco otras conductas que, en la sala de consulta, parezcan inapropiadas al analista conforme a criterios teóricos, profesionales o éticos. Los modificadores de la conducta, desde la misma formulación del contrato profesional de ayuda, marcan los límites apropiados a la conducta de la persona en la sala de trabajo.

Estos límites varían considerablemente según los criterios de las muy distintas corrientes conductuales (Eysenck, 1960; Wolpe, 158; Bandura, 1961; Uliman y Krasner, 1965).

En el sistema centrado en la persona, la actitud positiva incondicional del psicoterapeuta no tiene más límites que aquellos que la misma actitud positiva incondicional hacia sí mismo impone a la otra persona. Los límites no derivan de modelos teóricos o de la conveniencia de imponer a otro, normas éticas o profesionales que el psicoterapeuta considera convenientes para sí mismo y para los demás, sino de un llano claro y personal reconocimiento del propio derecho a actuar en congruencia con las propias convicciones.

Los límites no se fijan conforme a verdades o principios preestablecidos, sino conforme a convicciones personales de las cuales el psicoterapeuta asume la responsabilidad completa. En este sentido, la relación psicoterapéutica adquiere las características de la más sana convivencia entre los hombres. Los límites de la libertad individual están marcados por el derecho que tienen los demás miembros del grupo a su propia libertad. En caso de conflicto entre las libertades individuales, el criterio del bien común o mayor bien alcanzable para todos los miembros de grupos, base de toda sociedad, prevalece sobre la conveniencia individual. En otras palabras, la persona que busca ayuda experimenta de inmediato la vivencia de ser aceptada incondicionalmente en todas las dimensiones de su propia experiencia, pero también experimenta que su conducta tiene límites al convivir armoniosamente con otros ser libre.

La Autenticidad:
En la práctica psicoterapéutica generalmente se acepta que la mayor autenticidad o correspondencia entre lo que una persona percibe y lo que dice de sí misma es índice de buen funcionamiento psíquico. En realidad, el que llegue a existir un alto grado de esta correspondencia en la comunicación de las personas es uno de los objetivos importantes del proceso psicoterapéutico que está enfocado a que la persona que recibe ayuda, en la misma relación con el psicoterapeuta, se vaya liberando del conflicto y de la inconsistencia entre lo que experimenta y l oque expresa de sí misma.

¿Cómo se genera o se impulsa esta autenticidad o esta congruencia?. Las distintas corrientes y orientaciones psicoterapéuticas parecen diferir notablemente en la respuesta, no sólo por sus afiliaciones teóricas o metodológicas, sino por su técnica y práctica profesionales que, además, difieren considerablemente de un psicoterapeuta a otros.

La participación del analista en el proceso es muy variada según las diversas corrientes emanadas de la teoría psicodinámica. Sin embargo puede decirse que para que un psicoanálisis sea considerado como tal es necesario que el analista no interactúe, sino que analice la comunicación de la persona que está recibiendo la ayuda psicoterapéutica. Más aún, la involucración interactual del analista con su paciente durante el proceso des considerada del analista con su paciente durante el proceso es considerada como manifestación de reacciones “contra-transferenciales” que interfieren con dicho proceso si no son también interacciones personales con su “paciente” para que este último pueda proyectar en él la conflictiva de sus relaciones interpersonales y su experiencia interna.

No involucrarse personalmente, si esto es posible, facilita estas proyecciones y garantiza la objetividad del análisis. El control emocional del analista debe además propiciar en él una expresión objetiva e intelectual de sus puntos de vista, de tal suerte que el permitirse reacciones emocionales o comunicaciones de tipo personal es considerado como signo de que su propio análisis no ha sido terminado.

En los distintos tipos de modificación o ingeniería de la conducta se toma en general la actitud del técnico frente al problema concreto. La tarea de éste consiste en identificar con claridad los distintos sistemas de reforzamiento que han generado y mantenido los deterioros en la conducta. Una vez identificados, se diseñan los nuevos sistemas reforzadores de conductas nuevas que reviertan el proceso deteriorante y establezcan y consoliden repertorios conductuales apropiados y consistentes. El técnico modificador tampoco interactúa de forma personal con la persona que solicita sus servicios profesionales, como no lo harían el arquitecto o el asesor en administración con su clientela.

El analista antes de llegar a serlo, se somete él mismo a un análisis riguroso. El modificador de la conducta, que yo sepa, no se somete a sí mismo a un proceso de modificación de sus propias pautas conductuales para llegar a ser un modificador. La preparación de este último es en parte académica y universitaria para familiarizarse con las diversas teorías del aprendizaje; y en la parte práctica, en los laboratorios, a fin de dominar la metodología experimental. Obtiene la práctica como modificador profesional de la conducta, en consultorios o clínicas en que la metodología del trabajo es muy semejante a la del laboratorio.

Desde hace tiempo hemos sentido la curiosidad de saber cómo manejan los ingenieros de la conducta sus propios procesos internos, los cuales teóricamente son considerados como inexistentes; qué valor adjudican a sus propias convicciones y a las decisiones que constantemente toman; con qué criterios evalúan sus propios repertorios conductuales. Estimo personalmente a los modificadores de la conducta que conozco, como profesionales serios y dedicados, pero estas preguntas que me intrigan han obtenido sólo respuestas evasivas y poco claras.

La investigación reciente (Rogers) ha demostrado que la relación psicoterapéutica es, ante todo, una relación de comunicación entre dos personas. Y como el objeto de esta relación, desde el punto de vista de la persona que recibe ayuda, no es llegar a serun técnico ni un analista sino llegar a funcionar mejor como persona humana, únicamente aquellos aspectos de la conducta del psicoterapeuta que lo manifiestan como persona tendrán influencia directa y predominante en la otra persona.

El psicoterapeuta que es capaz de escuchar con atención no dividida, de mostrar genuino aprecio portados y por cada uno de los elementos de la comunicación que recibe, de clarificar y ordenar esta comunicación sin distorsionarla; al mismo tiempo que facilita una amplia y profunda expresión de la experiencia de su cliente, favorece que dichas actitudes sean poco a poco introyectadas y se conviertan así en el elemento básico del proceso de reconstrucción.

La condición indispensable para que el psicoterapeuta pueda ser un agente facilitador del cambio favorable y permanente es que él mismo esté genuinamente en búsqueda de su propio crecimiento. Que conozca las áreas de su propia problemática personal y el efecto que éstas producen en sus relaciones de ayuda, y que esté trabajando por encontrar sus propias soluciones constructivas. Que esté procurando crecer en honestidad y autoestima, que vaya asumiendo creciente responsabilidad por las decisiones de su vida y esté intelectual y visceralmente persuadido de que lo que es bueno para él mismo no necesariamente lo es para los demás.

La técnica en manos de un profesional, auténtico y genuino en la relación interpersonal psicoterapéutica, es un instrumento de valor incalculable para facilitar el desarrollo del proceso. En cambio, esa misma técnica en manos de un psicoterapeuta no acostumbrado a manifestarse como persona real, en la relación de ayuda obtiene resultados muy parciales y a muy largo plazo.

La autenticidad no sólo no opaca la seriedad y el profesionalismo de la relación, sino que coloca a estos atributos en sus perspectivas más reales. Todo proceso psicoterapéutico tiene como objetivo elevar el nivel de autenticidad en las personas que se benefician de él. Tanto la práctica como la investigación sugieren que el mejor reforzador de la comunicación auténtica es la conducta del propio terapeuta (Clark huff, 1974). La autenticidad en la relación interpersonal quita al terapeuta tonos dogmáticos y autoritarios al manifestar sus puntos de vista, lo hace más humilde y modesto al emitir sus hipótesis o hacer interpretaciones. Consciente de que en la comunicación siempre hay elementos que desconoce, tendrá que manifestar sus percepciones de forma tentativa, abierto a entender más. Tendrá que bajarse del sillón del maestro a la arena de la vida y aceptarse como un compañero de búsqueda.

El Reflejo en sus cinco modalidades (como técnica):
Una de las actividades de los terapeutas rogerianos es el reconocimiento y aclaración de los sentimientos asociados con las afirmaciones del cliente, la respuesta característica de este enfoque se indica con el nombre de “reflejo”, (espejear al otro). Reflejar consiste en resume, interpreta o acentuar la comunicación, manifiesta o implícita por el cliente, la infinidad de este tipo de respuesta es satisfacer las condiciones necesarias y suficientes de la terapia y además de que facilita a la toma de conciencia autónoma de la experiencia vivida por el cliente ya que los problemas psicológicos que enfrenta el cliente se debe en gran medida a una simbolización o representación defectuoso de lo que realmente siente.

El Reflejo.
Instrumento que operacionaliza la comprensión empática. Cuando el terapeuta trata de revelar las percepciones del cliente para que estas se vuelvan claramente concientes y se de cuenta cómo éstas guían su conducta y favorecen su autoescucha, estamos hablando de la técnica del reflejo. El reflejo (Vela, 1979 en Mariscal, 2001), se define como un intento por parte del terapeuta por expresar en palabras nuevas, las actitudes esenciales expresadas por el cliente.

No es necesario reflejar tanto el contenido, es decir las racionalizaciones, representaciones ideológicas y datos en general, que sí pueden ser de mucha utilidad en el análisis posterior que hacemos del proceso terapéutico. Básicamente se trabaja con los sentimientos pero estos son como las olas del mar, que esconden riquezas más profundas; Sentimientos subyacentes no claramente expresados, actitudes que se toman frente a los problemas, percepciones y enfoques sobre nuestras relaciones con el mundo y con los demás, la comprensión de sí mismo (Mariscal, 2004)

Valores del reflejo (Mariscal, 2004):
1.- Al principio de la entrevista produce una sensación profunda de ser comprendido, de una manera antes nunca experimentada.

2.- La función del terapeuta es la de devolver al cliente su auténtico Yo reflejándolo como en un espejo y hacerle capaz, ayudado por esta nueva percepción, de rehacerse. El reflejo objetiva la imagen de la persona , de sus relaciones y de su conducta. La reflexión personal sobre todo esto no supera los límites de nuestra interioridad, el reflejo al provenir de otra persona pero al no dar sino los datos que nosotros mismos hemos expresado objetiva la imagen y posibilita una comprensión más realista de nosotros y de nuestra conducta.

3.- Es muy importante convertirse en la conciencia reflexiva del otro, ayudando a volverse sobre sí mismo para llegar a los más íntimos sentimientos, aclararlos y resolverlos. El reflejo coloca en la persona la responsabilidad de asumir su mundo de valores, basados en su propia experiencia.

4.- El reflejo es el mecanismo más apropiado para establecer la relación pues evita el campo valorativo y se ubica en el tipo de respuestas llamadas comprensivas.

Tipo de reflejos (Mariscal, 2004)
1.- Reflejos simples: Se refieren a una devolución verbal del eje de lo dicho por el cliente, como síntesis aclaratoria para favorecer el discurso y la autoconexión.

2.- Reflejos elucidatorios, poseen el sentido de esclarecer y resumir cognitivamente lo dicho. Dar luz, aclarar lo que el cliente no ve pero ha expresado.

El terapeuta deduce lo que le pasa al cliente, se diferencía de la interpretación en que es una deducción que se basa en conocimientos que la persona nos entrega y no se basa en conocimientos que posee el terapeuta (Vela (1979, en Mariscal, 2004) lo llama Reflejo Aclaratorio y distingue los siguientes tipos:

♣ Ambivalente, cuando el cliente tiene dos situaciones emocionales encontradas
♣ Inmediato, contingente a lo expresado por el cliente.
♣ Sumario, resumen pequeño de lo dicho por el cliente.
♣ Bifurcativo, mostrarle al cliente dos posibilidades, dos caminos.
♣ Andadura, aclarar algo implícito, ir un poco más allá de lo que el cliente ha expresado.
♣ Gestalt, plantear lo opuesto a la expresión del cliente.
♣ Terminal, al final de la sesión devolver todo lo dicho por el cliente en resumen.

3.- Reflejos de sentimiento, apuntan a resumir la captación por parte del terapeuta de las emociones implícitas en el intercambio dado en consulta, con el objetivo de favorecer una toma de conciencia de lo emocional en juego.

4.- Reflejos icónicos, permiten la simbolización de una experiencia difícil de verbalizar, a través de íconos como ser metáforas, imágenes, objetos presentes.

5.- Reflejos evocativos, buscan hacer presente una experiencia pasada con el fin de simbolizarla en el aquí y ahora.

¿Por qué un individuo que busca ayudase modifica en sentido positivo al participar en una relación terapéutica que contiene estos elementos?. A medida que descubre que alguien puede escucharlo y atenderlo cuando expresa sus sentimientos, poco a poco se torna capaz de escucharse a sí mismo. A medida que se abre a lo que sucede en él, adquiere la capacidad de percibir sentimientos que siempre había negado y rechazado –autoconcepto-. Al aprender a escucharse también comienza a aceptarse. Al expresar sus aspectos antes ocultos, descubre que el terapeuta manifiesta un respeto positivo e incondicional hacia él. Lentamente comienza asumir la misma actitud hacia él mismo, aceptándose tal como es y, por consiguiente, emprende el proceso de llegar a ser. Por último, a medida que captaron más precisión sus propios contenidos, se evalúa menos, va logrando mayor coherencia, puede moverse más allá de las fachadas que hasta entonces lo ocultaban, abandonar sus conductas defensiva y mostrarse como es –Autoaceptación- Rogers, 1961)

Tendencia actualizante:
El individuo en un clima psicológico que permita a las personas a ser, es libre de elegir cualquier dirección, pero en la realidad escoge formas positivas y constructiva. Por eso cuando se proporciona este clima propicio, se está tropezando con una tendencia –en algunos casos latente- que impregna toda la vida orgánica, una tendencia a llegar a ser toda la complejidad de la que el organismo es capaz (Rogers 1978). Todo el enfoque centrado en la persona descansa en esta confianza básica en el organismo, la “tendencia actualizante”. Bien que el estímulo provenga de dentro o de fuera, bien que el ambiente sea favorable o desfavorable, los comportamientos de un organismo pueden considerarse en la dirección del mantenimiento, el desarrollo y la reproducción de sí mismo. La tendencia actualizante puede ser torcida o quebrada, pero no puede ser destruida sin destruir el organismo. Es este tipo de formulación una base filosófica para el enfoque centrado en la persona (Rogers, 1978).

Captación Intuitiva (Tomar consciencia):
¿Cómo se crea y mantiene una perturbación?. El terapeuta está siempre muy alerta a la comprensión del autoconcepto del cliente y descubre que su evolución ha sido afectada por juicios adversos de otros (personas criterio), este autoconcepto lejos de representar al yo organísmico refleja en vez los prejuicios de las otras personas, “deberías, tendrías”. El cliente ha aprendido desde niño a dudar de la validez y aceptabilidad de sus propios pensamientos y sentimientos por miedo a ser rechazado, necesita aprobación y afirmación, pero la única forma que tiene es negar las señales que emanan de su organismo (Mearns & Thorne, 1988).

Con el transcurso de los años quedan muchas cápsulas no resueltas que se llaman todos congelados; se forman como una especie de capas con la terapia se debe llegar al problema original pasando por todas estas capas. Así como por el lenguaje se deterioro el sí mismo, por el lenguaje debe salir y corregirse (Poggio, 1998). Entonces, una persona se perturba cuando su yo organismito y su autoconcepto están en conflicto, el cual se manifiesta mientras el individuo busca preservar y consolidar este autoconcepto para fortalecer su propia sensación de seguridad, evitando así la crítica y el rechazo.

Al principio de la terapia la persona vendrá con varios problemas, aquí están todos los congelados que tienen que salir a través del lenguaje. En el transcurso de la relación terapéutica, se debe llegar al sí mismo destruyendo los todos congelados, logrando que la persona saque de sí los valores introyectados que no son suyos sino de las personas criterio (Poggio, 1998).

La captación intuitiva supone la comprensión repentina de una situación, pero de una manera intuitiva, es decir, sin necesidad de seguir los pasos de un proceso de razonamiento, la cual no se alcanza hasta haber logrado el reconocimiento y la aceptación de todo lo que uno es. Por lo tanto, consiste en una serie de aprendizajes, tales como el conseguir una comprensión nueva del sentido que tienen los síntomas de comportamiento y comprender los propios modelos de conducta más frecuentes. La experiencia de catarsis durante el proceso terapéutico puede levar a la captación intuitiva, una vez que los sentimientos son aceptados se está capacitado para describir las experiencias que los provocaron (todos congelados). Ya no existe la necesidad denegar aquellos sentimientos que no son aceptables socialmente o que no están en conformidad con el Yo ideal. Por consiguiente, el cliente está preparado para integrar sus experiencias acumuladas, llega a ser una persona menos dividida, con un comportamiento más consistente, en el que cada sentimiento y acción tiene una unidad con los demás (Rogers, 1978). Al finalizar el proceso terapéutico, el cliente habrá cambiado, es decir, se habrán desecho sus todos congelados (Poggio, 1998).

Características de la Terapia Centrada en la Persona:
El foco de atención se centra en la persona, no en el problema. Su finalidad no consiste en resolver un problema concreto, sino en ayudar al individuo a crecer, para que pueda enfrentarse con el problema actual y con los que surjan posteriormente de una manera más coherente. En otras palabras, lograr una estabilidad personal como para enfrentarse con un problema con mayor independencia y responsabilidad y de una manera más organizada (Rogers, 1978)

Concede una importancia mayor a los elementos emocionales, al sentimiento, más que a los intelectuales, en una situación concreta. La mayoría de las inadaptaciones no son debidas a razones intelectuales, sino que el conocimiento es ineficaz porque queda bloqueado por las satisfacciones emocionales que la persona encuentra en su inadaptación del momento. Todas nuestras expresiones verbales van siempre acompañadas de una carga emocional. Debido a ello, cuando el orientador responde a nivel intelectual a las ideas expresadas por el cliente, bloquea la manifestación y actitudes con carga emocional y tiende a definir y a resolver los problemas desde él, inútilmente, ya que con frecuencia no son la verdadera respuesta para el cliente.

Por otro lado, cuando el terapeuta se mantiene alerta constantemente, y responde al nivel afectivo, le da al cliente la sensación de ser profundamente comprendido, lo capacita para expresar nuevos sentimientos y lo conduce eficazmente a las raíces emocionales de su problema de adaptación, (Rogers, 1978).

Otorga una importancia mayor a la situación inmediata que al pasado de un sujeto, los modelos de comportamiento emocional de una persona, se manifiestan igualmente en su adaptación presente e incluso durante el tiempo de la entrevista. Es curioso que cuando no existe una exploración de los hechos históricos, surge una imagen más adecuada del desarrollo dinámico de la persona, a través de los contactos terapéuticos (Rogers, 1978).

La relación terapéutica es en sí mismo una experiencia de crecimiento; aquí la persona aprende a comprenderse así misma, a tomar decisiones importantes independientemente a relacionarse satisfactoriamente con los demás de una manera más adulta. Este tipo de terapia no es una preparación para el cambio, es ya cambio (Rogers, 1978).

La terapia no se basa en una relación médico-paciente, caracterizada por el diagnóstico experto y el consejo lleno de autoridad por parte del médico, con la aceptación sumisa y dependiente del paciente (psicoterapia directiva). Al contrario, el terapeuta no puede mantener una relación de ayuda psicológica, al mismo tiempo que tiene algún tipo de autoridad sobre el cliente. Nótese el empleo de “cliente” y nunca el de “paciente”, ya que el individuo que acude para recibir ayuda no es un enfermo sino una persona que por diversos motivos se encuentra en un momento difícil de su proceso madurativo y le falta una percepción clara de quién es y de su situación vital (Rogers, 1978).

La ayuda psicológica no directiva está basada en el convencimiento de que el cliente tiene derecho a elegir sus propias metas en la vida. Si éste consigue a través de la experiencia de una relación de ayuda, un grado suficiente de captación intuitiva como para comprender el estado de su situación real, él mismo puede elegir el método que considere más adecuado para adaptarse a ella y ser capaz de enfrentarse con los problemas futuros (Rogers, 1978).

La psicoterapia no-directiva se caracteriza por el predominio de las actividades del cliente, ya que éste interviene exponiendo sus problemas durante la mayor parte del tiempo. Las técnicas más importantes empleadas son aquellas que ayudan al cliente a aceptar y comprender sus sentimientos, actitudes y modelos de respuesta y que lo animan a hablar sobre ellos. El terapeuta puede conseguir esto expresando con otras palabras y clarificando el contenido de lo expuesto por el cliente (reflejos). Con frecuencia pedirle que exprese sus sentimientos sobre ciertos temas, con menos frecuencia hacer preguntas concretas para obtener información, y a veces proporcionar información o explicaciones sobre la situación del terapeuta (Rogers 1978).

El terapeuta:
Si la terapia fuera inmejorable, intensiva y totalizadora, ello significaría que el terapeuta ha sido capaz de iniciar una relación subjetiva e intensamente personal con su cliente y que se ha relacionado con él como una persona con otra persona. En el ámbito clínico se desarrollan diagnósticos elaborados en los que se considera a la persona un objeto. Para el enfoque centrado en la persona no es útil ni satisfactorio interferir en la experiencia del cliente con explicaciones diagnósticas, interpretaciones, sugeridas o consejos. Si se considera a la persona como alguien estático, ya diagnosticado y clasificado, ya modelado por su pasado, se contribuye a confirmar esta hipótesis limitada. Si en cambio, se lo acepta como un proceso de transformación se lo ayuda a confirmar y realizar sus potencialidades (Rogers, 1961).

El terapeuta centrado en la persona, no se considera experto y va hacer todo lo que pueda para evitar caer en ese error, porque de lo contrario sería negar un supuesto de este enfoque, es decir, que se puede confiar en que el cliente sabrá encontrar su propio camino si tiene en el terapeuta el compañero adecuado que lo hace sentir seguro y aceptado. Para el orientador es importante buscar compartir el poder, esto tiene que ver con todos los aspectos de la relación y el ambiente donde se desarrolla la misma. El terapeuta se muestra genuino, no pone fachada profesional ni personal, así desalienta al cliente a que lo vea superior. Por ende, la persona tiene más posibilidad de encontrar sus propios recursos en sí misma y no se agarra a las expectativas de que el terapeuta proveerá las respuestas para él (Mearns & Thorne, 1988).

Habilidades del terapeuta.
Entre las cualidades facilitadotas para los terapeutas efectivos que propone Rothstein (1988), están en primer término la empatía, la consideración positiva incondicional y la congruencia, a las cuales me referí anteriormente; entre las otras habilidades figuran:

♣ Concreción.- Insistir en lo preciso, lo personal. Ayudar a entrar en áreas sensibles y a entregarse profundamente a la naturaleza de los sentimientos, lo cual evoca fuentes catarsis y lleva a revelaciones profundas.

♣ Confrontatividad.- Significa desafiar a los clientes con sus discrepancias (lo verbal/lo no verbal, las distorsiones, las conductas evitativas, las evasiones) haciéndolo con franqueza pero con calidez, para facilitar el autoanálisis.

♣ Potencia.- Significa la fuerza de estar presente, la vibración que emana de un terapeuta comprometido, autoconfiado, autoasegurado. Los clientes se sienten seguros en su presencia y se permiten expresar emociones dolorosas.

♣ Inmediatez.- El aquí y el ahora de las comunicaciones entre terapeuta y cliente, específicamente en referencia a los aspectos de sus interacciones y relaciones.

♣ Autodevelación.- En momentos cruciales, los terapeutas comparten algo de sí mismos en beneficio de sus clientes, comunican indirectamente que ambos tienen experiencias, pensamientos y sentimientos similares, y que por lo tanto pueden ser reales y abiertos mutuamente, lo cual facilita la autoexploración.

♣ Calidez .- Aceptación positiva incondicional + inmediatez. Transmitir consideración por los clientes a través del lenguaje verbal como del no verbal.

♣ Autoactualización.- Una persona autoactualizada sería la que ha resuelto los conflictos más grandes de su vida y disfruta de una satisfacción básica de vivir. Esto se va logrando poco a poco, con cada cliente se aprende algo nuevo y se crece como persona.

El Proceso de la Terapia:
¿Qué ocurre durante él? ¿Qué sucede mientras duran las entrevistas? ¿Qué hace el terapeuta? ¿Y el cliente?. Los pasos que caracterizan el proceso terapéutico no son hechos aislados, los procesos se mezclan y superponen unos con otros (Rogers, 1978):

I.- El sujeto llega para recibir ayuda.- La persona ha hecho una decisión responsable de mucha importancia. Si es el mismo cliente quien se responsabiliza de la visita, también aceptará la responsabilidad de enfrentarse con sus problemas (Rogers, 1978)

II.- La situación de ayuda queda definida.- Se concientiza al cliente que el terapeuta no tiene las respuestas sino que la psicoterapia le provee de un espacio donde él puede con ayuda, llegar por sí mismo a la solución de sus problemas (Rogers, 1978)

III.- El terapeuta fomenta la libre expresión de los sentimientos que acompañan al problema (catarsis).- No obstaculizar las manifestaciones de sentimientos negativos, los cuales se expresan libremente si el terapeuta es capaz de hacer que el cliente capte, que la hora de terapia es verdaderamente suya. Una de las metas más significativas de cualquier experiencia de psicoterapia es la de sacar a la luz aquellos pensamientos y actitudes, sentimientos e impulsos cargados emocionalmente, que están relacionados con los problemas y conflictos del individuo. Esta meta se complica por el hecho de que las actitudes superficiales y las que se expresan fácilmente, no son siempre las más significativas. Por consiguiente, el terapeuta debe estar preparado para ayudar al cliente a que exprese adecuadamente los sentimientos más profundos que le afectan.

IV.- El terapeuta acepta, reconoce y clarifica estos sentimientos negativos: Debe intentar a través de lo que dice y de lo que hace, crear una atmósfera en la que el cliente sea capaz de reconocer que tiene sentimientos negativos y aceptarlos abiertamente como parte de sí mismo, en vez de proyectarlos a otros o esconderlos. Clarificar estos sentimientos sin interpretar su causa o analizarlos (Rogers, 1978)

V.- Cuando los sentimientos negativos han sido expresados en su totalidad, surgen expresiones vagas y tentativas de impulsos positivos que promueven el crecimiento.- El cliente admite sus sentimientos negativos tal y como son, entonces, al no tener que seguir probando que es inútil y anormal, podrá analizarse a sí mismo más fácilmente y descubrirá sus cualidades más positivas (Rogers, 1978)

VI.- El terapeuta acepta y reconoce los sentimientos positivos expresados, de la misma manera que aceptó y reconoció los negativos. Las intervenciones moralizantes no caben en este tipo de terapia. Los sentimientos se acogen como integrantes de la personalidad, lo que da al individuo la oportunidad, por primera vez en su vida, de comprender cómo es (Rogers, 1978)

VII.- La captación intuitiva (insight), la comprensión del propio Yo y su asunción. Proporciona posconocimientos sobre los que el individuo construirá nuevos niveles de integración de la experiencia acumulada (Rogers, 1978)

VIII,. Mezclado con el proceso decantación intuitiva se da un proceso de clarificación de las decisiones y de los modos de acción posibles. Esencialmente el individuo parece decir “esto es lo que soy, y lo veo mucho más claramente, pero ¿Cómo puedo reorganizarme de otra manera?”. La función del terapeuta es aquí ayudar a clarificar las diferentes elecciones que se pueden realizar, y reconocer el sentimiento de miedo y la falta de valor para llevar adelante lo que el individuo experimenta (Rogers, 1978)

IX.- La iniciación a acciones positivas pequeñas pero altamente significativas.- Una vez que se consigue la captación intuitiva, las medidas que se toman generalmente suelen ser muy adecuadas ala nueva comprensión. La captación intuitiva lleva consigo la elección entre metas que proporcionan una satisfacción inmediata y temporal y las que le ofrecen a largo plazo pero que son más duraderas. (Rogers, 1978).

X.- Los pasos restantes no requieren demasiada atención.- Desarrollo de la captación intuitiva, es decir una comprensión más completa y adecuada de uno mismo.

XI.- Existe una acción positiva e integradora cada vez mayor por parte del cliente. Menos miedo para tomar decisiones y mayor confianza para tomar posturas por sí mismo. El terapeuta y el cliente trabajan juntos, ya no queda dependencia.

XII.- Existe una posibilidad cada vez menor de recibir ayuda y un reconocimiento por parte del cliente de que la relación debe terminar. El terapeuta le ayuda a clarificar esta sensación, aceptando y reconociendo el hecho de que es él mismo quien ahora se hace cargo de su propia situación con mayor confianza, y que ya no se ve la necesidad reprolongar las visitas por más tiempo (Rogers, 1978).

Hasta la próxima,

Doral.

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