domingo, 18 de marzo de 2012

El Individuo y las Masas

El Individuo y las Masas.
(Autor: Serge Moscovici)

Desde la aparición de nuestra especie hasta el Renacimiento, el hombre tuvo siempre por horizonte el "nosotros", su grupo o su familia a los que le unían fuertes obligaciones. Pero a partir del momento en que los grandes viajes, el comercio y la ciencia han desprendido este átomo independiente de humanidad, esta mónada dotada de pensamientos y de sentimientos propios, con sus derechos y sus libertades, el hombre se ha colocado en la perspectiva del yo o del mí.

Su situación no es nada fácil. Un individuo digno de tal nombre debe conducirse de acuerdo con su razón, estimamos juzgar los seres y las cosas sin pasión, y obrar con pleno conocimiento de causa. Debe no aceptar las opiniones del otro sino a ciencia cierta tras de haberlas examinado, sopesado el pro y el contra con toda imparcialidad como un sabio, sin someterse al veredicto de la autoridad o del número. Esperamos pues, de cada cual que obre de manera reflexiva, guiado por su inteligencia y su interés, lo mismo cuando está solo que en la sociedad de sus semejantes.

Ahora bien, la observación demuestra que no sucede así. En un momento o en otro, todo individuo se somete pasivamente a las decisiones de sus jefes, de sus superiores. Acepta sin reflexionar las opiniones de sus amigos, de sus vecinos o de su partido. Adopta las actitudes, el modo de hablar y el gusto de quienes lo rodean. Y lo que es más grave, en cuanto una persona se une a un grupo, es atrapada por una masa, y se vuelve capaz de excesos de violencia o de pánico de entusiasmo o de crueldad. Comete actos que su conciencia reprueba y que se oponen a su interés. En estas condiciones, no parece sino que el hombre hubiera cambiado por completo, se hubiese convertido en otro. He aquí, pues, el enigma con el que tropezamos constantemente y que no ha terminado de asombrarnos.

Siempre que se juntan unos individuos, se ve pronto apuntar y surgir una multitud. Se agitan, se mezclan, se metamorfosean. Adquieren una naturaleza común que da consistencia a la suya propia, se ven imponer una voluntad colectiva que hace callar la suya particular. Tal oleada representa una amenaza real, y muchos hombres experimentan la sensación de ser devorados.

Al ver este animal social materializado, movedizo, hormigueante, algunos individuos esbozan un movimiento de retroceso, antes de arrojarse en él a cuerpo descubierto, en tanto que otros experimentan una verdadera fobia. Todas estas reacciones atestiguan el poder de la multitud, con sus resonancias psíquicas, y a través de ellas, los efectos presuntos que se le atribuyen.

He aquí, pues, el problema que se plantea. En el comienzo, no hay más que individuos. A partir de estos átomos sociales, ¿Cómo se obtiene una totalidad colectiva? ¿Cómo cada uno de ellos puede hacer suya y expresar una opinión que le viene del exterior? Esto es porque el individuo se incorpora, sin pretenderlo, los gestos y los sentimientos que se le inspiran. Se entrega a manifestaciones brutales u orgiásticas cuyo origen o finalidad ignora, sin dejar de estar persuadido de que los conoce. Cree incluso ver cosas que no existen y da crédito a todo rumor que llega de una boca a su oído, sin juzgar conveniente verificarlo. Innumerables hombres llegan así a macerar en el conformismo social. Toman por verdad establecida por la razón de cada cual, aquello que en realidad es el consenso de todos.

El fenómeno responsable de una metamorfosis tan extraordinaria es la sugestión o la influencia. Se trata de una especia de dominio sobre la conciencia, una orden o una comunicación conducen a hacer que se acepten, con la fuerza de un convicción, una idea, una emoción, una acción, por una persona que, lógicamente, no tiene ninguna razón válida para hacerlo. Los individuos tienen la ilusión de decidir por sí mismos, sin darse cuenta de que han sido influidos o sugestionados.

Freud ha circunscrito bien la especificidad del fenómeno: "Me gustaría aventurar la opinión de que lo que distingue a la sugestión de otros géneros de influencia psíquica, tales como una orden dada, o un informe, o una instrucción, es que en el caso de la sugestión, se suscita en el cerebro de otra persona una idea que no se examina en cuanto a su origen, pero que se acepta exactamente como si se hubiera formado espontáneamente en ese cerebro"

El enigma es igualmente el de la inversión que se produce en consecuencia; cada cual cree ser la causa de aquello de lo que es únicamente el efecto, la voz de aquello de lo que es únicamente el eco; cada cual tiene la ilusión de poseer en particular aquello que comparte, a decir verdad, con todos, y finalmente cada cual se desdobla y se metamorfosea. Deviene, en presencia de los demás, diferente de lo que es a solas. No observa el mismo comportamiento en público y en privado.

La sugestión o la influencia es, en el plano colectivo, lo que es la neurosis en el plano individual. Ambas suponen una desviación del pensamiento no lógico; una escisión del individuo entre su parte racional y su parte irracional, entre su vida interior y su vida exterior.

En un caso como en el otro, se observa una pérdida de la relación con la realidad y de la confianza en sí mismo. Por consiguiente, el individuo se somete con solicitud ya a la autoridad del grupo como a la del conductor (que puede ser el terapeuta) y se muestra dócil a las órdenes del sugestionador. Se encuentra en guerra consigo mismo, una guerra que enfrenta su yo individual contra su yo social.

Lo que hace bajo el dominio de la colectividad está en total contradicción con lo que sabe que es razonable y moral, cuando está frente a sí mismo y obedece a su exigencia de verdad.

Entonces, así como la influencia puede invadir y devorar al individuo, hasta el punto de reabsorberlo en la masa indiferenciada en la que no es más que un manojo de imitaciones, así también la neurosis corroe la capa consciente del individuo hasta que sus palabras y sus gestos no sean otra cosa que repeticiones vivas de los recuerdos traumáticos de su infancia. Pero sus efectos son evidentemente opuestos. La primera hace al individuo capaz de existir en grupo y, a la larga, lo coloca en la incapacidad de vivir solo. La segunda le impide convivir con otros, lo separa de la masa para encerrarlo en sí mismo.

En resumen, la influencia vuelve social y la neurosis asocial. Dos tendencias antagonistas: La una a confundirse con el grupo, la otra a defenderse contra él. En la sociedad moderna han sido exacerbadas, llevadas al extremo. Una cosa es segura, y debemos tenerla en cuenta; las pretendidas "locuras" colectivas no son de la misma índole que las pretendidas "locuras" individuales, y no se debe sacar a la ligera la conclusión de las unas o las otras.

Hasta aquí vamos a dejar por hoy, continuando el próximo fin de semana amigos.

Saludos,
Doral.

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